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Paisajes sonoros

GÁLDAR
QUESERÍA EL CORTIJO EL MONTAÑÓN

Subiendo a los Altos de Gáldar, siguiendo la carretera rumbo a Fagajesto,
encontramos una entrada a la derecha a una carretera donde se encuentra lo que
hoy es una quesería familiar. Aunque siempre fue una casa que hacía queso.
Al llegar, te recibe un mural ocupando la fachada de una casita, en donde se ve a un
hombre con su garrote y su perro fiel pastoreando un rebaño de ovejas. Al lado, el
cartel de la quesería y una campana, la cual, tuvimos que tocar repetidas veces
para dar con doña Flor. Así se llama quién cada mañana, antes de que salga el
primer sol, ya está ordeñando sus cabras y preparando el queso. Su nombre,
precisamente, es como el de algunos de los quesos que elabora; aunque recalca
que su denominación de origen es la de los altos de Gáldar, y no la afamada tocaya
emparentada con el municipio vecino.


Una vez dentro, encontramos unas instalaciones humildes propias de una
producción familiar y casera. Allí nos cuenta que esa quesería, incrustada en la roca
pero perfectamente habilitada para la producción, lleva unos doce años.
Anteriormente producía donde se encuentra el ganado y la casa de sus padres a la
entrada. Su hija Delia es quien contesta al teléfono poniéndonos en contacto con
ella. Tres generaciones unidas por una tradición hasta donde puedo saber.


Cuando Flor nos recibe amablemente, nos muestra sus cacharros, cubetas y demás
recovecos mientras podemos observar en estantes numerosos premios obtenidos.
Por ese entonces, la producción no era tan abundante como desde principio de año
hasta la llegada de la primavera. Las grandes cubas de otras estaciones daban
paso a otras más pequeñas acorde a la producción. Tras ello nos abre paso a la
cámara frigorífica, también al fondo en la roca, como el secreto de una pirámide que
guarda el tesoro de leche y cuajo. Allí nos explica y enseña las diferentes
variedades de mezcla, cabra, curados y flor. Aunque insiste en las horas bajas del
ciclo productivo, para el que le gusta el queso, se encuentra allí en un templo sin
parangones.


Antes de despedir a Doña Flor, no podíamos dejar de visitar a las fieles y
madrugadoras productoras. Esas cabras y ovejas, que cada mañana como un reloj
dan leche para que gente como Flor y su familia pueda transmitir la llama de las
tradiciones, esa que si se apaga, difícilmente se vuelve a prender.

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