



Paisajes sonoros
SAN MATEO
ALAMEDA DE SANTA ANA
En el pueblo donde la luminaria danza y cobra vida, se encuentra un enclave céntrico
que pincela episodios de la historia de San Mateo. Entre la calle principal y la Iglesia
de la Vega de San Mateo se encuentra la Alameda de Santa Ana. Se trata de una
plaza creada en 1943, justo un año antes de la inauguración del alumbrado público y
donde actualmente se encuentra el Ayuntamiento del municipio.
Fue construida en un estilo neocanario característico por sus muros de piedras
encaladas con matices de lajas al descubierto, atravesados por arcos abalconados,
surtidos de macetas y bancales con coloridos geranios. Sobre estos muros aflora la
buganvilla recostada sobre la pérgola de la entrada de donde cuelgan a la brisa.
En la entrada hacia la izquierda vemos el quiosco de la música, típico en las plazas
canarias pero con la particularidad de que antes de la construcción de la plaza era el
horno de una antigua panadería. En lo alto, por donde en tiempos pasados
escapaban los humos y olores a pan y leña, hoy corona una veleta con el escudo de
la villa y el rezo “Tinamar”, nombre originario asociado a San Mateo.
Rezos de otro calado los que profesaba el padre Antonio Maria Claret, misionero en
San Mateo en la segunda mitad del siglo XIX y cuya casa se encontraba a la entrada
de la alameda, donde una placa homenajea su predicación desde el balcón a su
apóstol San Mateo.
Ya en lo estrictamente terrenal y dejando de lado los apuntes históricos, se trata de
una plaza en la que reina la tranquilidad a pesar de que contrasta con el ajetreo
propio de los edificios administrativos. En el centro de la plaza baila una escultura a
la vera del quiosco conmemorando danza y tradición. Del mismo modo, junto a las
casas consistoriales, un tríptico escultórico también hace honor al baile típico en el
que tres figuras femeninas se dan la mano y bailan una isa.
Y es que en San Mateo bailan y se mueven hasta las piedras, se torsionan incluso
los rígidos metales. Al pasear por sus calles y, en concreto, en esas cuatro esquinas
que dan a lo más esencial y emblemático del municipio, puedes percibir una
tranquilidad en la que el día más convulso es calmo.
Mires a donde mires, casitas tradicionales, arboledas, adoquín, escultura… y
abrazándolo todo el cielo delimitado por los atisbos de una cumbre no muy lejana.
Este lugar te da paz, algunos podrán decir que está bendecido y otros que
directamente es el lugar el que bendice a quien lo habita. Pero en el pueblo donde
hasta las farolas bailan y te dejan sentarte con ellas, hay que permitirse la licencia
de reposar, observar, sentir el lugar y, si es preciso, levantarse para acompañarlas en
el baile.