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Paisajes sonoros

SANTA LUCÍA
SALINAS DE TENEFÉ

Lo que la experiencia me ha enseñado de lo que he podido ver en esta isla es que la
gravedad es sabia. Rueda hacia el mar lo que no puede sostener la cumbre y deja
por el camino lo que ha de recoger la medianía. A cambio, alimenta, nutre y mece lo
que roba a los elementos y recoge lo que se le cae del bolsillo a las estaciones. Al
ver ascender a contracorriente brumas, mar de nubes, presiones y temperaturas,
creo sentir que los vientos más agitados de la costa grancanaria peregrinaron a la
cumbre por sus barrancos para traerse de vuelta la esencia en flor de los almendros,
tajinastes, crestas de gallo… pero también de las tuneras la cochinilla y su propio
fruto. Todo eso vuelve y adquiere mezclas en el camino, con todos esos tintes
rojizos y rosados al llegar a la costa. Al enfrentarse a las olas, encallan en la roca, y
es la acción del agua de mar al pasar por encima la que va dejando ligeras películas
salinas que, con la incidencia solar, cristalizan fusionadas con el resto de elementos.
El resultado es la sal marina de Tenefé, y aunque esta explicación carezca de
rigurosidad, al menos trata de ilustrar lo escandaloso de esa formación natural. La
costa se fragmenta en una increíble paleta de colores que van desde tonos
anaranjados al fuego lava, pasando por el carmesí, listos para que el cielo se
maquille con ellos al atardecer y se impregne de sus tonalidades.


Al final de todo, es sal que empuja el agua del mar y peina el viento hasta crear esas
formaciones cristalinas. El agua de mar entra por unos tomaderos que distribuyen el
agua por unas acequias hasta ser depositada en los tajos, y es la acción de los
elementos lo que hace que, al cabo de varios días, se quede lista para ser recogida.
Aunque la fábula del origen de esos tonos resultara convincente, lo cierto es que la
realidad no resulta menos fantástica; el agua depositada en esos tajos o pocetas
entra con una concentración de dunaliella salina. Este alga, debido a su alta
concentración de beta-carotenos y a sus propiedades antioxidantes, aporta el color
rosado. Este bien milenario ha sido a lo largo de la historia un elemento esencial
para el ser humano, y en las salinas de Tenefé la han estado produciendo de forma
ecológica y artesanal desde el siglo XVIII. Durante toda esta era, se ha comerciado
abasteciendo a barcos mercantes y a la propia isla, hasta ser actualmente una de las
mejores sales de las islas, siendo considerado además el lugar como sitio de interés
cultural. Resulta curioso que algo tan esencial en nuestro día a día y cuya
procedencia nadie duda, como la sal, tenga unos procesos tan pintorescos y
coloridos que dibujen un cuadro en el paisaje con semejante calado. Y hasta aquí las
versiones e interpretaciones que dan explicación a las maravillas que la producción
de la naturaleza nos pone en bandeja; la belleza de la contemplación supera a las
palabras, pero siempre la realidad está abierta para que juguemos con sus formas y
le demos la nuestra.

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